Noche a medias



Unas noches, se adentra Juana Pérez por el camino enmarañado y opresivo del sueño enmarcando los ojos de niebla y dejando entre las sábanas sus manos mutiladas. En otras, advierte Juana que la vida es un latido sin apenas tiempo, que el descanso es una urgencia que la ofende, que la luz perdura después del ocaso y teme estafar a la vida con el abandono de la conciencia. Arrecia entonces Juana sobre el vocabulario y empapa con palabras sus tres poros literatos.

Extrema



Va Juana y se enzarza en estúpidas rabietas de petarda. Se vuelve estrepitosa y desembucha carnaza de poner pelos de punta que le salen de la boca o se le van quedando enganchadas en los surcos del cerebro, justo allí donde nunca llega el cepillo de dientes. Arremete Juana con las uñas cocidas en mantequilla y el séptimo cielo esta más bajo que su grito de maruja playera. Nada es bueno y los imbéciles acechan coagulándole la sangre, y se le hincha el vientre como un globo embarazado de memeces. Una solución en peste negra, ya está dicho y Juana como todos, reventada y dejando sitio.

Caza mayor
















Se acurruca Juana cuando llueven filos y alfileres, cuando los rayos ofendidos penetran la piel de la oreja y la desgarran se esconde Juana, se vuelve caparazón, sombra, cucaracha se oculta de la luz herida de los cúmulos que la muelen. Juana Pérez se devora por dentro y se digiere pesada, con el vómito rondándole en las cervicales. Se levanta la veda y aquellos que guardan silencio piden, al suyo, explicaciones.

Puertas de la memoria



Como cualquiera, suele Juana Pérez deambular por los pasillos de la memoria. Las puertas, innumerables, sobrias y pintadas de melancolía, miran sus pasos desde las cerraduras, desorbitan sus molduras formando con ellas espinos, plumas, clavos, colmenas, algodones o sedas, e incluso dientes con deseo que le dicen a Juana cuanto la añoran, que la devoran con su roce y la atraen mordiéndole los codos, los hombros o los tobillos. Juana sabe que contar no es un esfuerzo, pero le da pereza, las mira desde lejos con un velo de desmemoria sobre las retinas y sigue el camino recto, sobre la alfombra transportadora que la aleja y le limpia las suelas del antiguo polvo de sus habitaciones.

El rito


Juana Pérez no sacia nunca la sed de tanta soberbia. ¡Juana Pérez come pan de hielo y se abre las muñecas por encontraros en su mesa! ¡Oh, dioses! ¿no vais a desmenuzar esta costra con vuestras tempestades y truenos? Juana abre el balcón interno cada noche, come letras, lame comas, moja pan en el cristal de antiguas erupciones...¡Que a Juana Pérez le sabe la lengua a mito y clava las uñas en el Parnaso pidiendo algún perdón que se le niega!

Historias de viejos


Hablan los viejos, cuentan su pasado pan, sus pasados pasos, y los escucha Juana Pérez entornando las ventanas de ahora y dejando que sus ojos pongan rostro y casa a las historias. Deja Juana que la ensoñación se apropie del entorno, que otras voces, ya muertas, ahoguen el presente con su imponente presencia. Se arrebuja en los recuerdos de odio y quimeras, de herencias, de amores y bromas, guerras, vencidos, y gestos guardados en ajenos calendarios. Se escuece Juana, o ríe con los viejos, las antiguas peleas por la vida. Porque su tiempo empieza a ser pasado, Juana pasea el de los viejos como una niña que camina por los años.

Desidia




Juana Pérez fomenta la gangrena. Se satura de costras y cubre sus momentos con tiritas de cansancio. Se olvida Juana del paraguas, las escaleras, los escapularios y hasta de los gatos a cuadros. Se hace celofanes en el paladar que sudan la saliva de la derrota. Se deja Juana bajar por la escalera de la desidia, es la minúscula mota que ensucia las aspas del laberinto, la gota de grasa que vive bajo el silencio de los fogones, la mancha que brilla por el pasillo... Juana se cansa a cada paso, no se encuentra en los cajones, se olvida de lo que duerme... se ignora y mata.

Tiempo atras... VI



La merienda se ha saldado con un muerto y varios heridos. El primero es transportado en brazos hasta la cuna, los demás, se arrastran escaleras abajo de la mano de sus progenitores. Juana Pérez se desviste de sus recientes, escasas velas, con el sabor amargo de la cera entre los dientes, y mira los regalos que la miran desde la cómoda. Habrá tiempo, se dice, mañana... y se duerme deprisa, clausurando el nuevo número aprendido, dejando desmayar sobre la almohada sus futuras canas.

Dentellada roja


Viene, y en cada luna llena se vuelve Juana Pérez amasijo de sal y pañuelos, se adentra por el pasillo del tiempo dejando en cada puerta una curva de mujer fecunda o deseable, una pasada risa recurrente. El gañido de Juana hembra se desportilla bajo sus cuatro patas... se acerca la purga que licua las entrañas, la fiebre que agrieta los contornos, y Juana Pérez muere un poco en cada dentellada roja.

Tiempo atrás... V




La mañana amarilla se levanta con legañas de domingo y se despereza dejando que la tierra gire sin obligaciones. Los años de Juana son un tributo al movimiento continuo. Juana Pérez mira sus rodillas arañadas y negras, su vestido blanco, jalonado de lunares color barro, y no se resiste a la aventura que le ofrecen las baldosas de la acera, altísimo laberinto que explota bajo sus pies y la obliga a brincar una y otra vez para salvarse del camino minado. Los pasteles que viajan en su mano se marean.

Tiempo atrás...IV



La arena entre los dedos no es más que un abrazo de la playa y a veces, como quien busca el abrazo más grande, se deja enterrar Juana Pérez bajo la tierra y queda su cabeza sola, riendo y mirando alrededor, buscando su cuerpo presuntamente desaparecido hasta que empieza la tierra a temblar y asoma el dedo del pie... un gordo gusano de paseo.

Tiempo atrás...III


¡No seas chicote, cierra las piernas, juega con tu muñeca...! Y entre tanto, esgrime Juana Pérez la espada plástica de su vecino, y se imagina un Marco Antonio con faldas y pendientes. Vaya usted a saber porqué, mamá sigue guardando en el altillo del armario aquellas resplandecientes muñecas sin historia.

Tiempo atrás... II


¡Me aburro! Es el grito de guerra de Juana... y su madre lo sabe y entra al trapo desesperada y le esparce, soborno sobre la mesa, todos los recuerdos que de sí tiene escondidos: cuentos, fotos, abalorios desgastados... todos menos los de sus propios juegos de niña que nunca compartió. Los recuerdos de la madre acabarán siendo los recuerdos de Juana y entonces, aprenderá a leer.

¡De prisa, de prisa...!




No tiene horas suyas Juana Pérez... se fueron hace tanto sus horas que ya no recuerda cómo se marcharon. A veces piensa en buscarlas. Mientras friega los platos, atiende una llamada, hace las camas, fotocopia unos documentos, plancha unas camisas, redacta un informe, hace la cena... Juana intenta recordar por dónde se van sus horas, qué dirección toman cuando creen que no son necesarias. Rememora el desprecio con que las trata, la indiferencia y el rito deshecho con que son sus horas desperdiciadas en la creencia de que siempre estarán ahí.

Tiempo atrás...


Juana Pérez, nace o nació, aún no lo sabe, y no sabe por qué el tiempo se le envuelve en los muslos, en el vientre y por debajo de la barbilla y le hace esas terribles proposiciones... Se había mecido lenta en la gruta amarilla de su madre y en el vientre de una ciudad crecida de espaldas al mar, y aquella noche el Levante, templó el parto con su húmeda mano... Juana Pérez comprende y respira hondo, se da cuenta y abre los brazos. El calendario le empieza a estampar en la frente una fecha caducada...

Nace Juana, o nació, aún no lo sabe...



Se esconde Juana Pérez entre los baúles llenos de días, y se busca Juana desarmada, por todas las letras que esparce en sus tapetes blancos, tan inmaculados de repente, que no logra arañar de negro ni una sola de sus fibras. Recuerda entonces los trazos inseguros de sus pinturas mejorando aquellos cuentos de la madre...