Sábado


Así, dando la cara, Juana abre fuego contra un sábado sin horas. No hay tiempo se dice convencida de lo escaso, no hay tiempo rumia desde el rincón sentado de su indolencia. Para cargar las balas, ha dejado Juana que dieran las diez del pulso. Abarca, con latidos de tensión y vistazos huidizos, todo el tedio de tareas. Repasa de dos en dos los holocaustos que quiere perpetrar, resume, deshecha, coteja el tiempo de cada rincón de polvo, sube al techo de la araña, busca el descosido, moja las tazas y cucharas, maneja concienzuda el congelado, abrocha las sábanas evaporadas, y todo, todo, lo claudica y amontona Juana, a cambio de escuchar la efervescencia del teclado.

Cazador de sueños

Juana Pérez se defiende eterna. Frente al umbral, introspectiva y tenue, abisal y empática hasta la cólera, nocturna, postular, corrosiva, agrietada, ahíta, deleznable timorata, cáustica terrena, pérgola de nubes y amasijo infructuoso, Juana tiende trenzas al fondo de los fosos que rodean su ente, entra derecha al charco, colisiona en el cobalto eléctrico, surca pozos de loza rajada y agria. Evoluciona. Entre las placas plácidas y aplastadas, Juana enciende y defiende, tirita y habita, consume y asume, cuaja y baraja. Se descompone su vacío, cada vez más hueco y seco, cada elemento más lento, cada mirada más pausada, cada final más letal. Para Juana, la parte última del mundo se asemeja a un portal de plumas blancas.


La noche antes



Muy profundo, en el anverso de sus emociones, Juana palpita, se abre Juana de flor y sombra, se interna por el pasillo de mañana. Juana y su pereza, Juana perdida en el tiempo del vacío, Juana anclada en una eternidad sin nombre... Esto y no otra cosa es lo que ahora se revela. En esta esfera nocturna y plácida, quieta todavía en el calor de la casa, con el sueño conocido y amado a su alrededor, Juana respira hondo y piensa en el corto espacio que es el puente entre universos, y se deja lamer por la calma de sus manos, y se deja esparcir por el cálido semblante de las letras, y se deja tocar por el humo voraz de un sosiego que la invade... y Juana se deja.

Mediocridad



Juana Pérez parada en medio de una calle de una ciudad mediana en medio del mundo. A la mitad de su vida venciendo a medias y perdiendo Juana, con medio cuerpo en la paz y el otro medio sintiendo la mitad de espanto que refleja la Tierra en medio del cosmos. Juana con la mediana siempre en los ojos y sin atreverse al adelantamiento, con la media luna más oscura que le habla a media voz y le dice que sólo a medias es feliz a mediados de mes. El medio asunto, Juana, que sólo a medias interesa. La existencia medio lograda, que a Juana interesa sólo a medias. Juana y su mediocre infierno.

La burbuja diaria




Juana Pérez se despierta despacio, con la mente serena y cerrada al multitudinario, dispar discurso de esas otras mentes tan reales y subidas a la verdad como la suya. Se encierra Juana en la almohada húmeda de inconsciencia, albergando la esperanza de los cambios que obliguen a la felicidad al otro lado de sus ventanas. En la sábana, un reflejo débil y terco hace ancla en las manos de Juana, cautivas y cambiantes como larvas. Juana apura el plato onírico, rebaña sus restos glotona de paz. El minuto de regalo para Juana Pérez, la oferta de armisticio antes del ladrido y la batalla.

Pollo a la cazuela



Sabe Juana encajar la muerte; trepanar cabezas es lo suyo y diseccionar sobre el mármol de la cocina. Juana Pérez sabe cortar cabezas y jamás le dio dentera sacarles los ojos en favor de un estilismo en el guiso. Son perfectas las uñas de Juana para eso; casi siempre largas, casi siempre limpias, las amontona sobre la piel muerta, las clava -cuchillas sensuales- igual en las nalgas de quien ama, que en la grasa despreciada de los cadáveres que come. Abre Juana los vientres como abre puertas y purga de menudillos el abdomen más exánime. Sus cuchillos alinean el espinazo, resquebrajan pulcramente cada vértebra dejando que la sangre unte las yemas de sus dedos inexpresivos. Sabe Juana encajar la muerte… cuando le llega muerta.

Hacia el final (melodrama)



-"No podemos seguir así, cada vez nos vemos menos, y empiezo a pensar que tu marido, tu hijo, ese trabajo que tanto odias, no son más que excusas para no encontrarte conmigo. Has de tomar una decisión, Juana, porque te quiero sólo mía, o no te espero más" Y Juana llora, por dentro, sin lágrimas, llora y le pide que no la deje, que le de tiempo: -"Por favor, no te vayas, te necesito cerca. Nunca inventé excusas, hay horas que son tan sólo nuestras y en ellas te busco, te llamo, extiendo mis manos para que las tuyas me acaricien, pero últimamente están tan frías mis manos, tan distantes las tuyas..." La costumbre hace estragos en ese amor que fuera un fogonazo, y Juana Pérez se debate en una duda inconfesable, en un deseo que parece consumido cuando roza el borde del papel y no lo inflama.