Mediocridad



Juana Pérez parada en medio de una calle de una ciudad mediana en medio del mundo. A la mitad de su vida venciendo a medias y perdiendo Juana, con medio cuerpo en la paz y el otro medio sintiendo la mitad de espanto que refleja la Tierra en medio del cosmos. Juana con la mediana siempre en los ojos y sin atreverse al adelantamiento, con la media luna más oscura que le habla a media voz y le dice que sólo a medias es feliz a mediados de mes. El medio asunto, Juana, que sólo a medias interesa. La existencia medio lograda, que a Juana interesa sólo a medias. Juana y su mediocre infierno.

La burbuja diaria




Juana Pérez se despierta despacio, con la mente serena y cerrada al multitudinario, dispar discurso de esas otras mentes tan reales y subidas a la verdad como la suya. Se encierra Juana en la almohada húmeda de inconsciencia, albergando la esperanza de los cambios que obliguen a la felicidad al otro lado de sus ventanas. En la sábana, un reflejo débil y terco hace ancla en las manos de Juana, cautivas y cambiantes como larvas. Juana apura el plato onírico, rebaña sus restos glotona de paz. El minuto de regalo para Juana Pérez, la oferta de armisticio antes del ladrido y la batalla.

Pollo a la cazuela



Sabe Juana encajar la muerte; trepanar cabezas es lo suyo y diseccionar sobre el mármol de la cocina. Juana Pérez sabe cortar cabezas y jamás le dio dentera sacarles los ojos en favor de un estilismo en el guiso. Son perfectas las uñas de Juana para eso; casi siempre largas, casi siempre limpias, las amontona sobre la piel muerta, las clava -cuchillas sensuales- igual en las nalgas de quien ama, que en la grasa despreciada de los cadáveres que come. Abre Juana los vientres como abre puertas y purga de menudillos el abdomen más exánime. Sus cuchillos alinean el espinazo, resquebrajan pulcramente cada vértebra dejando que la sangre unte las yemas de sus dedos inexpresivos. Sabe Juana encajar la muerte… cuando le llega muerta.

Hacia el final (melodrama)



-"No podemos seguir así, cada vez nos vemos menos, y empiezo a pensar que tu marido, tu hijo, ese trabajo que tanto odias, no son más que excusas para no encontrarte conmigo. Has de tomar una decisión, Juana, porque te quiero sólo mía, o no te espero más" Y Juana llora, por dentro, sin lágrimas, llora y le pide que no la deje, que le de tiempo: -"Por favor, no te vayas, te necesito cerca. Nunca inventé excusas, hay horas que son tan sólo nuestras y en ellas te busco, te llamo, extiendo mis manos para que las tuyas me acaricien, pero últimamente están tan frías mis manos, tan distantes las tuyas..." La costumbre hace estragos en ese amor que fuera un fogonazo, y Juana Pérez se debate en una duda inconfesable, en un deseo que parece consumido cuando roza el borde del papel y no lo inflama.