Sábado


Así, dando la cara, Juana abre fuego contra un sábado sin horas. No hay tiempo se dice convencida de lo escaso, no hay tiempo rumia desde el rincón sentado de su indolencia. Para cargar las balas, ha dejado Juana que dieran las diez del pulso. Abarca, con latidos de tensión y vistazos huidizos, todo el tedio de tareas. Repasa de dos en dos los holocaustos que quiere perpetrar, resume, deshecha, coteja el tiempo de cada rincón de polvo, sube al techo de la araña, busca el descosido, moja las tazas y cucharas, maneja concienzuda el congelado, abrocha las sábanas evaporadas, y todo, todo, lo claudica y amontona Juana, a cambio de escuchar la efervescencia del teclado.

Cazador de sueños

Juana Pérez se defiende eterna. Frente al umbral, introspectiva y tenue, abisal y empática hasta la cólera, nocturna, postular, corrosiva, agrietada, ahíta, deleznable timorata, cáustica terrena, pérgola de nubes y amasijo infructuoso, Juana tiende trenzas al fondo de los fosos que rodean su ente, entra derecha al charco, colisiona en el cobalto eléctrico, surca pozos de loza rajada y agria. Evoluciona. Entre las placas plácidas y aplastadas, Juana enciende y defiende, tirita y habita, consume y asume, cuaja y baraja. Se descompone su vacío, cada vez más hueco y seco, cada elemento más lento, cada mirada más pausada, cada final más letal. Para Juana, la parte última del mundo se asemeja a un portal de plumas blancas.