Arriba y abajo, felina de ciudad Juana se pasea siempre por las mismas callejas conocidas. Casi siempre silenciosas y nocturnas, las ventea buscando esa pista que la libre al fin del hambre y gruñe gutural su celo. Se lame la trufa llorosa, con las orejas en tensión mira fijo el sitio quieto y sin presa y al fin, cada noche sin caza, ronronea Juana su aburrimiento, gira en torno al sueño, mulle en las uñas el abrazo conocido y se ovilla al otro lado de la cama.
Ya olvidé la cuenta de las horas solas sola, de los días oscuros y la tela por destierros, de morder el vientre que me ama y alimenta la demencia. Canto tejido negro de viuda despojada de ternuras, reflexión de araña echando harapos a la hoguera. Perdí la costumbre húmeda de víctima para alcanzar la marca de la seda,... exacta. Seguir tejiendo... es todo.
En la Ciudad Amarilla
Cuando Juana se levanta está sola, porque la bruma de sus sueños la envuelve en una pátina desganada sorbiéndole los humos de los ojos, y acercándola al pacto que sobrevive un día más. Cuando Juana sale a la calle está sola, porque sus pies no se encuentran cerca, se hunden en el suelo y olfatean el rastro de la tarde anterior, y sus manos se han marchado a dormitar con la pelusa de los bolsillos. Cuando Juana come está sola por no enseñar el hambre de las encías, para que la cuchara no corte la imagen de su fabricada sonrisa. Cuando Juana trabaja, está sola mientras la radio repite consumibles y las noticias horarias hablan de algún mundo tras las paredes. Cuando Juana escribe sola, despierta a golpes el instinto de sus dedos, siempre temerosos de la sequía. Juana siempre respira sola, y nadie traspasa la capa que envuelve sus virutas de reloj y su barniz de anónima urbanita
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