En la Ciudad Amarilla




                     Cuando Juana se levanta está sola, porque la bruma de sus sueños la envuelve en una pátina desganada sorbiéndole los humos de los ojos, y acercándola al pacto que sobrevive un día más. Cuando Juana sale a la calle está sola, porque sus pies no se encuentran cerca, se hunden en el suelo y olfatean el rastro de la tarde anterior, y sus manos se han marchado a dormitar con la pelusa de los bolsillos. Cuando Juana come está sola por no enseñar el hambre de las encías, para que la cuchara no corte la imagen de su fabricada sonrisa. Cuando Juana trabaja, está sola mientras la radio repite consumibles y las noticias horarias hablan de algún mundo tras las paredes. Cuando Juana escribe sola, despierta a golpes el instinto de sus dedos, siempre temerosos de la sequía. Juana siempre respira sola, y nadie traspasa la capa que envuelve sus virutas de reloj y su barniz de anónima urbanita