Hace folios que a Juana Pérez le parece el viento demasiado blanco. Hay algo cuando mira, como un celofán intacto y mudo que surca el cielo raso sobre sus pestañas. La nieve no, ella interpreta su papel en otra parte y el truco de su atuendo no alcanza la voluntad de Juana. La porcelana del lavabo podría aunque, a veces, el polvo mezclado con los chorretones que resbalan hasta el suelo la desmaterializan de insensibilidad y le confieren un carácter más humano. Emily tras la ventana, quizá, pero el sudario de viva cerrándole las comisuras no logra frotar donde el iris hiere a Juana. Las paredes que se dicen blancas hace tiempo que no imitan a nadie, de ningún color se mantienen a fuerza de pura, simple indiferencia, ¿Entonces...? Juana mira el celofán, lo palpa silencioso, ladea la cabeza y lo ve a trasluz. Blanco de leche pasteurizada, blanco de algodón tintado, blanco de papel sin argumentos y Juana baja la mirada hacia sus zapatos negros, y compensa el tedio de tanto albur con un toque de maldad.