Historias de viejos


Hablan los viejos, cuentan su pasado pan, sus pasados pasos, y los escucha Juana Pérez entornando las ventanas de ahora y dejando que sus ojos pongan rostro y casa a las historias. Deja Juana que la ensoñación se apropie del entorno, que otras voces, ya muertas, ahoguen el presente con su imponente presencia. Se arrebuja en los recuerdos de odio y quimeras, de herencias, de amores y bromas, guerras, vencidos, y gestos guardados en ajenos calendarios. Se escuece Juana, o ríe con los viejos, las antiguas peleas por la vida. Porque su tiempo empieza a ser pasado, Juana pasea el de los viejos como una niña que camina por los años.

Desidia




Juana Pérez fomenta la gangrena. Se satura de costras y cubre sus momentos con tiritas de cansancio. Se olvida Juana del paraguas, las escaleras, los escapularios y hasta de los gatos a cuadros. Se hace celofanes en el paladar que sudan la saliva de la derrota. Se deja Juana bajar por la escalera de la desidia, es la minúscula mota que ensucia las aspas del laberinto, la gota de grasa que vive bajo el silencio de los fogones, la mancha que brilla por el pasillo... Juana se cansa a cada paso, no se encuentra en los cajones, se olvida de lo que duerme... se ignora y mata.

Tiempo atras... VI



La merienda se ha saldado con un muerto y varios heridos. El primero es transportado en brazos hasta la cuna, los demás, se arrastran escaleras abajo de la mano de sus progenitores. Juana Pérez se desviste de sus recientes, escasas velas, con el sabor amargo de la cera entre los dientes, y mira los regalos que la miran desde la cómoda. Habrá tiempo, se dice, mañana... y se duerme deprisa, clausurando el nuevo número aprendido, dejando desmayar sobre la almohada sus futuras canas.

Dentellada roja


Viene, y en cada luna llena se vuelve Juana Pérez amasijo de sal y pañuelos, se adentra por el pasillo del tiempo dejando en cada puerta una curva de mujer fecunda o deseable, una pasada risa recurrente. El gañido de Juana hembra se desportilla bajo sus cuatro patas... se acerca la purga que licua las entrañas, la fiebre que agrieta los contornos, y Juana Pérez muere un poco en cada dentellada roja.